En el universo de la salud pública en Colombia, hay un actor clave que opera en la sombra, un elemento esencial pero a menudo pasado por alto: las droguerías. A pesar de ser comúnmente denominadas así, en realidad, estos establecimientos son mucho más que simples comercios. Son auténticos pilares de la atención sanitaria, y su personal desempeña un papel crucial en el bienestar de la sociedad.
En todos los rincones del país, en cada estrato social, las droguerías se encuentran estratégicamente ubicadas. Incluso en áreas donde no existen centros de salud, son tan ubicuas como las papelerías, las misceláneas o las panaderías. Por esta razón, algunos las perciben erróneamente como meros establecimientos comerciales. Sin embargo, su cercanía a la comunidad las convierte en el primer punto de contacto con el equipo de salud.
La labor de las droguerías va más allá de simplemente surtir recetas médicas. En muchos casos, son el único vínculo con el sistema de salud, especialmente para aquellos que no acuden al médico por diversas razones. Incluso después de obtener los medicamentos recetados, son los droguistas quienes brindan orientación sobre su uso adecuado, asumiendo la importante tarea de educar e informar a la comunidad.
A pesar de la trascendencia de su labor, el esquema comercial que ha predominado durante décadas ha relegado a las droguerías a un segundo plano en el ámbito de los servicios farmacéuticos. La reglamentación en 2005 fue un paso importante, pero solo en 2018 se comenzó a enfocar en el requisito esencial: el recurso humano.
Afortunadamente, el panorama está cambiando. Las presiones del mercado, la entrada de competidores extranjeros y el crecimiento de cadenas de farmacias con profesionales a su servicio han despertado a los droguistas, instándolos a reconsiderar su enfoque. La competencia ya no radica solo en la venta de productos, sino en la prestación de servicios profesionales. La confianza del cliente, ahora paciente, se construye a partir de la calidad de los servicios, no solo de los precios.
En un mercado globalizado, donde las droguerías carecen de un factor diferencial evidente, la clave para la supervivencia radica en el profesionalismo. En la era digital, los pacientes llegan al mostrador con información previa obtenida de diversas fuentes en línea. Ante la abundancia de información, confiable y no confiable, el papel del personal de la droguería se vuelve aún más crucial para despejar dudas y brindar asesoramiento.
Aquellos que persistan en pensar que la experiencia supera al estudio constante y la idoneidad se arriesgan a perder terreno en un mercado donde el usuario ya no se limita al mostrador físico. La supervivencia y relevancia de las droguerías en la salud pública del siglo XXI dependen de su capacidad para adaptarse, abrazar el profesionalismo y posicionarse como elementos esenciales en la promoción de la salud y el bienestar de la comunidad.